
Tengo un amigo que, hace unos años, tuvo un sueño (o así lo quiero pensar yo): el día que cambiara de casa, la condición inexcusable para la casa nueva tendría que ser una, que ofreciera un espacio digno para una pequeña sala de degustación / cata y una bodega climatizada. Tengo un amigo que a los dioses gracias, a su talento y al de su santa esposa, ha conseguido hacer realidad su sueño. Tengo un amigo tan generoso que ha decidido organizar una multisesión ininterrumpida de inauguraciones de la bodega, en pequeños grupos y con algunos amigos que comparten sus gustos y pasión por el vino: le encanta compartir su bodega con todos nosotros. Tengo un amigo que me invitó la otra noche, de verano, a ver y degustar la realización de su sueño junto con otros amigos. Nuestro amigo preparó una serie de grandes vinos (hablaré de unos pocos), que fue combinando con viandas variadas, entre las que destacaron unas extraordinarias cigalas recién pescadas en la costa de Tarragona, tres horas antes de su degustación; una sublime cecina; un stilton azul suavemente curado y algunas maravillas más.
El aperitivo fue un champagne de la casa Drappier, Grande Sendrée 2002, rosé. Drappier ya advierte: si Grande Sendrée sólo se produce en grandes añadas, el rosado es, además, la perla de las rarezas ("producción confidencial" la consideran). Chardonnay y pinor noir casi a partes iguales, con un delicado pero brillante e impactante color entre la piel de cebolla y la fresa algo pálida, muestra una fineza enorme ya en la burbuja, delicada y persistente. Cerezas en nariz, frutos rojos cultivados, anisados, mineral, tiene un volumen extraordinario en boca y un trago persistente, con un agradable deje amargoso y un retorno de monte bajo.

Sí, sí, lo véis bien. Con alguno de los embutidos (la cecina, de alucine; y una longaniza con curado de cenizas), salió un
Château La Fleur-Pétrus 1996. Con un ensamblaje muy mayoritario de merlot (y 20% de cabernet franc), el carácter del suelo de estos viñedos de Pomerol (con mucha grava y algo de arcilla) confiere al vino un aire muy bordelés, sí, pero más de Graves que de Pomerol: capa media tirando a alta, muestra un menisco de suave color teja con un degradado del mismo color en el ribete. Empieza algo reducido y con bastante habituales notas de pimiento verde a la brasa (cabernet franc), que disgustan a mi amigo. Decidimos darle más copa y el vino se acaba mostrando durante una hora larga como lo que es: uno de los grandes de Pomerol y, por lo tanto, del mundo de los tintos, con notas de caliza, con dejes de cuero, con violetas, con regaliz de palo, con panceta ahumada, todo ello sin mostrar defecto alguno. Con gran nobleza y parsimonia (hay que ser muy paciente con estos vinos), el vino evoluciona y se va abriendo, va ganando en complejidad, hasta que llega el trago. En boca muestra toda su elegancia, fineza con persistencia, buen volumen y gran y compensada acidez. Es carnoso, voluptuoso pero sin excesos. Uno de los comensales, que se destetó con vino de Burdeos, llega a su clímax con este vino. El resto lo celebramos también, aunque con algo de contención: al final, vuelve a salir el pimiento verde y al cabo de hora y media empieza a caer con rapidez. Es un vino que vivirá con gran dignidad todavía unos añitos más.

Con el micuit sale otros de los grandes de la noche: un
Grans-Fassian Trittenheimer Apotheke Auslese GK 1997. Se trata de una de las grandes bodegas de riesling, en la zona del Mosela medio, que goza (en los viñedos del pago de la "farmacia de Trittenheim") de una de las más cotizadas pizarras de la región, la azulada. El vino es puro goce, ya visual, con un tono amarillo contenido por verdores abundantes y una mineralidad a copa parada apabullante. Por supuesto, asoman en primera instancia, aromas nobles de la tierra potenciados por la guarda (queroseno tirando a gasolina de zippo), seguidos de cáscara de limón maduro y de flores de camomila y de tilo. En boca desborda, con una amplitud enorme, con un posgusto larguísimo y profundo, otra vez de limón pero ahora ya en confitura, con miel de acacia y, lo más importante, con un frescor y con un equilibrio de cine entre azúcares y ácidos, que lo muestra como un vino que todavía tiene gran potencial de envejecimiento. Esta botella, que se disfrutó mucho, ya no lo hará.

Con los postres (selección de chocolates de la casa Lindt) llegó mi catasterismo personal (término técnico que designa la acción por la que algunos mortales somos catapultados hacia las estrellas):
moscatel Toneles. No digo más: la joya de Valdespino, su valor nada tiene que ver con su precio (sin duda, alto). Se trata de un moscatel viejísimo, que probablemente supere los 80 años, y que se ha hecho mayor con soleras y criaderas. No salen demasiadas botellas al año, para no perturbar la labor de los toneles. Pero las que salen, amigos, convierten en gente privilegiada a quien puede degustarlas. Posee la raza y el linaje de los más viejos y mejores PX, con un color oscuro, oscuro, casi como de pez, con notas de ambasr dorado oscuro y yodo. Tiñe la copa con persistencia y de manera casi salvaje. Es cierto que empezó, esta botella (una amiga que tuvo el privilegio de catar esta maravilla hace poco directamente de la barrica decía que ésta estaba mucho mejor, ahora mismo), con notas de acetato de etilo (pegamento Imedio), pero con gran rapidez dejó paso a una apabullante panoplia de chocolates oscuros y densos, a cafés torrefactos, a dulce tabaco de Virginia, a las más densas y azucaradas mermeladas de frutos negros del bosque (grosella negra), a pan de higos. Pero, amigos míos, lo mejor estaba por llegar: cuando introduces este néctar de dioses en la boca, piensas que será algo denso, casi sólido y ahí estriba la diferencia con los viejísimos PX que he probado. Tiene un paso delicado, casi fino, sin duda con consistencia pero, al mismo tiempo, con una alucinante e increíble frescura y, al final de su posgusto (pásmense ustedes), con una punta de acidez de la mermelada con cáscara de naranja, un leve recuerdo sin duda de la fruta que fue. Del trago a verme catapultado hacia las estrellas medió un segundo.

Por supuesto, hubo otras cosas antes y, para algunos, después. Yo me quedé con el posgusto de mi Toneles, que llevaré en la memoria hasta que esa estrella que ahora mismo soy, se convierta en polvo. Mi amigo ha podido realizar su sueño de una noche de verano y, además, tiene la fortuna (su esposa y él lo viven así) de poder compartirlo con sus amigos. Yo, por supuesto, tengo la suerte de contarme entre ellos y de poder mínimamente agradecérselo a través de este relato. A la salida de la cena, me pellizcaba pensando "¿será cierto lo vivido y sentido o estoy en un sueño?" Puck me libró de la cavilación y, con su danzar alegre, salió de la montaña y me dijo "vámonos a casa, chaval". Tuve la certeza, en ese momento, de que todo había sucedido tal y como os lo cuento.
Postscriptum. Este relato no se hubiera podido escribir sin la información del comentario de Encantadisimo sobre
Toneles (con algunas de las intervenciones que generó); del de J.A. Dianes sobre una añada anterior del
Grans-Fassian -suya es la foto de la etiqueta y el tapón- y sin la ayuda de Shakespeare, el dibujo de cuyo duende pertenece a
www.artsycraftsy.com.